Cubierto por la necedad de mis días
perdón y clemencia, Señora, os pido.
Que la llama insomne de mis sueños
no la apaguen la desesperanza ni el olvido
y que en la bruma sonora de mis pasos,
además de la amargura en el verso
y la sal en la herida,
halléis la huella oscura de mi torpeza, sí,
pero también y sobre todo
mi piel tatuada con vuestro nombre,
abierta de par en par a vuestras caricias.
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